María entre el presente y la memoria
Por Jorge Luis Peña Reyes
Quién pudiera como el río/
ser fugitivo y eterno:
Partir, llegar, pasar siempre/
y ser siempre el río fresco/.
Dulce María Loynaz
Puedo remontarme al año 2009, punto de partida de esta relación que nació mientras rastreaba en la red la convocatoria del Premio hispanoamericano de poesía para niños. María García Esperón, escritora mexicana, era ese nombre reiterado en las páginas del Google por merecer el lauro de este importante certamen en la edición del 2005 y también por su constante labor de promoción. Allí estuvo, accesible desde la primera vez, y fue tanta la empatía entre esta multipremiada autora, entusiasta promotora, buena amiga de tantos y quien subscribe, que hemos fundado y soñado proyectos comunes, en una cofradía difícil de imaginar desde la distancia. Su apego a la novela histórica ha sido muy reconocido en varios países del mundo al igual que su trilogía El Disco del Tiempo, Querida Alejandría y El Disco del cielo, este último publicado hace unos meses por la Editorial cubana Gente Nueva, razón por la cual surge este diálogo que pretende ser un puente entre el interés de esta autora por civilizaciones antiguas y su compromiso con el presente.
-¿María de dónde te llega la afinidad por las culturas milenarias?
-Mi afinidad por las culturas antiguas procede de mi primera infancia. A los cuatro años, en un libro ilustrado de una historia mitológica griega, me subyugó todo: el mar, las túnicas, las islas, los dioses. Eso fue decisivo, yo pedí que me enseñaran a leer en ese momento, para poder descifrar los sentidos que intuía. Y mi interés infantil más adelante, se dirigió a los vestigios de las grandes civilizaciones mesoamericanas: los aztecas, los teotihuacanos. A los nueve años yo quería ser arqueóloga y le rogaba a mi madre que me llevara al Museo de Antropología a ver las estatuas, las inscripciones, los monumentos.
-¿Necesitas la literatura como una manera de evadir tensiones del mundo contemporáneo o apelas a la periodista que eres para encarar estas realidades?
-Trabajé en un periódico durante siete años, siempre enfocada al periodismo cultural. Claro que la cultura en cualquier país está inserta en una realidad sociopolítica de la que ni es posible ni es ético evadirse. Al enfocarse a lo cultural, a su estudio, crónica, seguimiento, adquieres una percepción diferente a la que otorga la primera plana de cualquier periódico o noticiario nocturno, que están dedicados, por lo menos en México, a los políticos y a los criminales. Al seguir la cultura te das cuenta de la enorme fuerza que en su historia y en su creación posee cualquier pueblo y empiezas a encontrar esos reductos de resistencia, de energía, de futuro, de evolución hacia mejores estadios que a primera vista no aparecen. Del periodismo pasé a la creación literaria para niños y jóvenes y encontré un nicho particular: rescatar los tesoros de nuestros más promisorios orígenes para traerlos al presente y en esos vehículos portentosos que son los libros, entregarlos a los jóvenes lectores, tan promisorios como el origen del que hablo.
-¿Por qué los niños como destinatarios de tu obra literaria?
-Porque con los niños todo empieza, el mundo vuelve a nacer. Cuando tenemos hijos volvemos de algún modo a un mágico punto de partida, es la oportunidad de hacerlo todo de nuevo, de pensarlo todo, de hacerlo y pensarlo bien. Escribir para niños es una experiencia de origen, en ella caben la ilusión, la esperanza, el deseo de correr aventuras, de viajar, de coincidir, de enamorarse de esa manera tan pura como ocurre en la infancia.
-La poesía y la novela son géneros que se complementan en ti. Una requiere de síntesis y otra de digresión. ¿Cómo puedes convivir con ambos conceptos sin que te roben terreno?
-Yo soy amante eterna de las obras de Homero, de la Iliada y la Odisea. En esa épica que nos fundó la literatura universal conviven lo narrativo con la expresión poética, que percibo como sagrada. Un modo de contar los hechos en el que el mismo lenguaje hace que se relacionen con un nivel superior, que eso lo explique. El Logos que se expresa a través de la poesía, es más rico que la lógica, que la simple cadena de causas y efectos. Soy más narradora que poeta, pero naturalmente tiendo a contar las cosas a través de una prosa poética.
-La promoción a los autores es parte fundamental de tu diario hacer. ¿Cuál es tu meta?
-Dijeron los clásicos que la amistad es un alma en dos cuerpos. Los autores que promuevo son esas almas que amo, en el sentido del AGAPE griego. Ha sido una especie de comunión, de convertir mi ser a esos sentidos hermosos que resplandecen en la creación del otro, y de este modo hacerlos míos y poder llevar esa felicidad encontrada, ese amor sentido, a alguien más.
-¿Crees que la red es un camino viable para la difusión de los autores? ¿Cuánto le debes a este andar por el ciberespacio?
-El ciberespacio se me reveló como mi medio natural cuando descubrí las posibilidades de Internet a fines de los noventa. Dialogando en Internet, investigando y reflexionando escribí mi primera novela, gané un premio de literatura y encontré mi camino. Si no existiera Internet yo no hubiera escrito, o no hubiera seguido escribiendo. Necesito como autora la interacción, el diálogo, la palabra que se extiende y abraza. Más que la obra en sí, me atrae la comunicación, el hecho comunicativo, el poder incidir en la realidad, transformar y transformarme.
Y sí, la red es uno de los mejores caminos para difundir la creación de un autor, y hoy por hoy, de un autor para niños.
-Tus novelas Mi abuelo Moctezuma y Copo de Algodón describen el difícil encuentro entre dos culturas, dos puntos de la geografía que marcan tu pasión. ¿Si tuvieras que trasladarte definitivamente y renunciar a uno de ellos, por cuál te decidirías?
Yo amo profundamente a mi tierra. México es para mí una mística. Pero desde muy pequeña sentí la atracción, el amor por España. Entonces me “contra-eduqué”. Como nación, México es una fundación del siglo XIX, hecha por criollos que se levantan contra el poder español. Los años que siguieron, el movimiento revolucionario que enfatizó los valores culturales mexicanos a través de la creación artística de esos titanes que fueron los muralistas, y de los escritores como Juan Rulfo y Mariano Azuela y en particular los años setenta del siglo XX, cuando yo era niña, acusaban un nacionalismo entendido en gran parte como un rechazo a España, como un grito de independencia constante, un rompimiento: soy mexicano porque no soy español, no quiero serlo. Pero yo he sentido un supranacionalismo: estamos insertos en una cultura común, es un mismo río. Lo comparo con el siglo de oro de Pericles: fue posible el gran florecimiento ateniense porque hacia Atenas regresaron los más eminentes griegos de las islas y del Asia Menor, como Anaxágoras, por ejemplo. No eran griegos continentales, sino griegos por cultura que sintieron la necesidad de comunicar, converger, ofrendarse en un proyecto común, que nos dio la Acrópolis, la democracia, a Sócrates y a la filosofía de Platón. No veo separación entre México y España sino una continuidad. Esto se vio clara, entrañablemente, en los años de la guerra civil española, cuando los exiliados del franquismo en México encontraron simplemente su casa, no un asilo, ni un favor, sino su casa, a la que llevaron lo mejor de su pensamiento, su poesía. ¿Si tuviera que trasladarme? La tierra en la que he nacido tiene la última palabra. La unión es tan profunda que si tuviera que dejarla diría como en la Canción Mixteca: Oh tierra del sol, suspiro por verte.
Eres una autora que elabora libros en corto tiempo. ¿Cuántos años de investigación necesitas para completar una historia?
Se puede decir que he hecho investigación de estos temas relacionados con las antiguas civilizaciones durante toda mi vida. Son paisajes, personajes, hechos, sentimientos que hice míos por connaturalidad afectiva. Cuando he empezado a escribir una novela, por ejemplo Querida Alejandría, es porque he sentido que ya estoy en esos tiempos, en esos espacios, contemplando esos rostros. Claro que al construir la novela acudo a los referentes bibliográficos y siempre cotejo datos. El procedimiento que he seguido es escribir como si se tratara de mi propia memoria.
Jorge Luis Peña Reyes es un poeta y escritor cubano nacido en 1977.
Es licenciado en Educación y ha obtenido numerosos premios y menciones de literatura, como la Beca de Creación Poesía del Sur 2000, el Premio Principito en Poesía y Cuento y el Premio Mundo Marino, entre otros.
Ha publicado los libros Avisos de bosque adentro, Donde el Jején puso el huevo y La corona del rey.