En
el nombre del libro
Hacia una nueva Alejandría
Por
María García Esperón
En el nombre del libro… Hacia una
nueva Alejandría… ¿Qué hay en estas expresiones, en estas palabras que dan
título a la charla que sostendremos hoy, en una tarde mexicana del siglo XXI y
del incipiente tercer milenio?
Hay mucha historia. Hay esperanza
en la palabra, en la comunicación entre los seres humanos y hay una voluntad
por ir hacia el pasado para traer sus mejores tesoros a este nuestro presente
que nos aparece a veces desorientado, perplejo, hambriento de palabra, de
sueños, hambriento de libertad y de libros.
Los libros, dijo Jorge Luis Borges
y me gusta repetirlo, son extensiones de la Memoria y de la Imaginación. Así,
con mayúsculas: Memoria. Imaginación. Memoria para los antiguos griegos era una
diosa,
Mnemósyne y era la madre de las
Musas, por tanto la madre de las artes y de la historia.
Imaginación es la facultad
relacionada con esa capacidad que tenemos los seres humanos de convertir
nuestros sueños en realidad.
Otro poeta, Federico García Lorca,
dijo que los mitos creaban al mundo.
Y el mito es en muchos sentidos un
sueño.
Y el mito es en muchos sentidos una
palabra.
Los sueños y las palabras, queridos
amigos, crean el mundo. O mejor: crean un mundo más pleno, más sensible, más
bello.
En esa creación de mundos bellos,
sensibles y plenos, el instrumento
por excelencia es el libro. Y en su nombre les propongo que hagamos un
viaje en el tiempo y en el espacio y nos traslademos desde el tercer milenio al
primero –unos trescientos años antes del primero-; del siglo XXI al siglo IV
a.C., del fugitivo presente al misterioso pasado.
Y en el nombre del libro brota el
nombre de una ciudad: Alejandría. El faro del mundo antiguo. La Ciudad del
Faro. La Ciudad de la Biblioteca. La primera que justamente podría llamarse la
Ciudad del Libro.
Antes de ser una ciudad, Alejandría
fue un sueño. El sueño de un ser humano excepcional, que se llamó Alejandro y a
quienes sus contemporáneos y la posteridad honraron con el epíteto de El
Grande, el Magno. Alejandro Magno.
Este gran soñador, como han sido
aquellos que nos han entregado el maravilloso mundo en que vivimos, además de
ser príncipe de Macedonia, guerrero por destino y conquistador del mundo, era
un apasionado del libro, que por aquel entonces tenían forma de volúmenes, esto
es, de rollos. Es fama que dormía con los rollos de la Ilíada y con una daga
macedónica bajo la almohada. Las letras y el poema homérico lo impregnaron de
tal modo que su conquista de Oriente se inicia en Troya –en la actual Turquía-
donde dejó una ofrenda en el túmulo de Aquiles. Siempre quiso comportarse a la
altura de los héroes que veneraba, ser digno de los dioses y ser digno de sus
sueños.
Por eso la ciudad que lleva su
nombre, la inmortal Alejandría de Egipto, participa de esta cualidad
misteriosa. Es un mundo surgido de un soñador. Es un mundo surgido de un
nombre. De todo eso que resonaba en el nombre de Alejandro.
En Egipto, donde fue aclamado como
Libertador, navegó de Menfis al Delta y en las proximidades del Lago Mareotis
visualizó el sitio ideal para hacer una ciudad. Estaba tan convencido, miraba
tan bien el futuro, que arrastró a arquitectos e ingenieros en una caminata
frenética: aquí será el mercado, aquí el templo, aquí el camino real. Quería
dibujar la ciudad en el suelo pero no tenía cal, y un hombre le ofreció un saco
de harina. Casi inmediatamente después de trazada sobre la base de la clámide
(capa) macedonia, las aves descendieron a alimentarse y esto se convirtió en un
oráculo. Alejandría alimentará a muchas generaciones de hombres.
Pues ese sueño nos sigue
alimentando.
Alejandro no vio construida su
ciudad. Llegó a ella muerto, momificado en un carro magnífico. Su compañero de
armas Tolomeo, que reinaba en Egipto, logró quedarse con el cadáver real que
todos disputaban, para de este modo hacer sagrada la ciudad de Alejandría, la
nueva capital de Egipto.
Y se construyó una tumba magnífica,
llamada a veces Sema y a veces Soma, que en griego significan respectivamente,
Tumba y Cuerpo. Ya Alejandría estaba dividida en cinco barrios, designados con
las primeras letras del alfabeto griego: alfa, beta, gamma, delta, épsilon, que
tradicionalmente componen por sus iniciales una frase griega: Alexandros
basileus genos Dios ektise genos aeimneton
(Alejandro, hijo de Dios construyó una ciudad memorable).
La ciudad del Faro. La Ciudad del
Museo. La Ciudad de la Biblioteca.
Nunca tantas cosas han sido
pensadas por tantos sabios extraordinarios en un solo lugar: la Biblioteca.
Aristarco de Samos entrevió el giro
de la tierra alrededor del Sol, calculó las distancias relativas entre el sol,
la tierra y la luna. Hiparlo de Nicea vislumbró la precesión de los
equinoccios. Aristófanes de Bizancio edificó el primer diccionario y Euclides
alumbró su geometría. Allí los poetas del mundo helenístico avanzaban
ilusionados y vestidos de blanco para hacer entrega de sus volúmenes. Allí
pasaron admirados Julio César, y Augusto y ahí y sólo ahí se tradujo la Biblia
al griego.
La Biblioteca… ¿qué era, que no es
la biblioteca sino un diálogo con la cultura? El diálogo no se puede destruir,
no se puede quemar. Cuando los árabes tomaron Alejandría en el siglo VII la
cultura grecorromana estaba exangüe. Ya los cristianos habían despedazado a la
matemática Hypatia y arrancado las inscripciones jeroglíficas del templo de
Filoé.
Dijo Bernard Shaw en su obra
“Antonio y Cleopatra” que la Biblioteca de Alejandría es la Memoria de la
Humanidad. Esta Memoria es sagrada, ¡sigue siendo una diosa! En su nombre y en
el del libro volvamos de este viaje de palabras que hemos hecho, retornemos de
los orígenes deseados y contemplemos desde el siglo XXI y el albor del Tercer
Milenio la posibilidad de una nueva Alejandría, brotada también de un sueño, y
hecha a la medida humana, como la antigua fue trazada siguiendo el contorno de
la capa de Alejandro.
Hace 7 años, yo le escribí en forma
de novela una larga carta a Alejandría, a una ciudad sumergida, a una
Biblioteca quemada, borrada o hundida, a un faro de ojo ciego. Esa carta siguió
un camino que yo solamente podría describir como mágico: ganó un concurso
internacional, se convirtió en un libro, fue distribuido en varios países
latinoamericanos y se llama precisamente “Querida Alejandría”, uno de los
libros que conforman la selección del proyecto “Libros Libres” que hoy me trae
ante ustedes. Este libro ha transportado mi sueño y lo ha puesto ante los ojos
de muchos jóvenes, principalmente, a los que he podido transmitir mi amor por
Alejandría, por su biblioteca, por su conocimiento y por su poesía. Quiero pensar (y quiero soñar) que todo
esto construye una nueva Alejandría donde no hay fronteras ni barreras ni
guerras ni incendios ni destrucción de bibliotecas, sino un diálogo que
construye humanidad.
Un sueño es un acto íntimo. Surge
de la interioridad más profunda, de ese lugar donde duermen y se alimentan
nuestros anhelos, nuestros deseos. No hace falta ser ni famoso ni poderoso ni
personaje histórico para que ese acto íntimo que se llama sueño se ponga en operación y nos entregue y
entregue a los demás un mundo nuevo y esperanzado, una nueva Alejandría.
En el nombre del sueño y en el
nombre del libro, muchas gracias.
*Conferencia pronunciada en el Auditorio de Bancomer para el lanzamiento del programa Libros Libres, auspiciado por Ediciones El Naranjo, en la institución.
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La presentación a cargo de Raúl Henry
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Con Angélica Antonio y Raúl Henry frente a los libros libres |
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Con Ana Laura Delgado y Raúl Henry |
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Con Nora Patricia, doctora en medicina y lectora impresionante. |