Para los lectores argentinos de Querida Alejandría,
que se acercaron.
María García Esperón
Cleopatra Selene, la narradora y personaje principal de Querida Alejandría, es una conciencia que recuerda. Pero sitúa el flujo de su recordar desde un presente que identifica como un punto de inflexión en su vida. El recurso literario empleado es in media res, a la mitad del asunto. El presente de Selene se transforma en el curso de la narración ya en pasado, ya en futuro. A veces pareciera que la joven princesa está haciendo lo imposible: recordar el porvenir.
Para cualquier ser humano, entender su presente es tarea ardua. Así como intentar conocerse a sí mismo. Los acontecimientos que rodearon la vida de Cleopatra Selene y que la hicieron ser la persona que fue son extremadamente complejos, insertos en la geopolítica de la época, marcada por pasiones y ambiciones de unos seres humanos situados en la cúpula de sus sociedades, que actuaban dentro del espíritu de su época. ¿Buenos o malos? No hay dicotomía posible. La Historia juzga, dicen. Lo cierto es que el gobernante de la Pax Romana fue Octavio Augusto. Convirtió una República ensangrentada en un Imperio de mármol. Las circunstancias hicieron que Octavio fuera el vencedor de Antonio y del proyecto de éste de erigir una poder incomparable desde el Oriente, al lado de la reina Cleopatra.
Uno de los principales impulsores del joven Cesarión fue precisamente Antonio. Cesarión era el joven César. Un joven César rodeado del aura sagrada de los faraones deificados. Tolomeo Cesarión. Egipto y Roma. Horus y Júpiter. Halcón y Águila.
La batalla de Actium inclinó la balanza: ¿Octavio o Antonio? Rodeado de leyenda y de romanticismo el barco de Cleopatra abandona a su amante en la batalla perdida. Antonio se desmoraliza y recula. Renuncia y se refugia en la filosofía. El dios, su dios, Dyónisos, lo abandona. Camina hacia la muerte, Su reina, la nueva Isis, quien fuera representada como Venus por Julio César en el propio corazón de Roma, destina los últimos días a encarar la muerte, a salvar a sus hijos, Cesarión, Selene -La Luna- Helios -el Sol- y al pequeño Tolomeo.
Para erigirse en Único, para cauterizar la herida, para evitar que la unidad se escindiera, Octavio mandó asesinar a Cesarión. "Para que no hubiera demasiados césares".
El homicidio formaba además parte del tejido alejandrino. Heredera de Tolomeo, el amigo y lugarteniente de Alejandro Magno, la dinastía estaba acostumbrada al asesinato -aún entre parientes cercanos- como una manera de asegurar el poder.
Proteger y protegerse era una de las habilidades que debía poseer un gobernante. ¿En quién confiar? ¿A quién podía la reina Cleopatra confiar a sus hijos?
Para responder a esta pregunta, en la ficción novelística llamada Querida Alejandría, confeccioné una sociedad llamada "de los Verdaderos Seguidores". Era la época en que florecieron las sociedades mistéricas -producto de la sed de sentido siempre presente en el ser humano-; los mismos Cleopatra y Antonio habían fundado la "Sociedad de la Vida Inimitable" que se transformó en la "de los que mueren juntos"; de modo que imaginé una sociedad que siguiera verdaderamente el legado de Alejandro Magno, el fundador de Alejandría, el hombre que fuera como un sueño, el sueño que fuera como un dios, y con ello una intriga que da como resultado la salvación en la Ficción de Alejandro Helios, de cuyo destino no da razón la Historia.