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María García Esperón
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Julio C{esar
*Texto leído en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, al recibir el Premio Latinoamericano de Literatura Infantil y Juvenil Norma Fundalectura 2007.
En los últimos meses he pensado tanto en “Querida Alejandría” que ya forma parte de mí. Por eso me cuesta trabajo ahora distanciarme de lo que ya me conforma para hablar de ella.
Digamos, para empezar, que encontré a Cleopatra Selene en el margen de una biografía sobre su madre, la justamente célebre Cleopatra Séptima. La encontré entre las sombras de su palacio alejandrino, asomada con timidez al balcón de la historia desde sus cuatro, diez y catorce años. Niña sin palabras y sin rostro, sin aparente destino y sin voz.
Cuando la encontré, hará unos diez años, tuve el deseo acucioso de encontrar su historia completa para a mi vez contarla y que no se perdiera. Había tantos huecos, tantos días, tantos meses, tantos años sin que los historiadores vencedores dieran cuenta de su destino que tuve literalmente que caminar hacia muchas fuentes para destilar en esos huecos el licor de la Memoria.
Porque unos nos acordamos de los otros. Entre unos y otros ayudamos a tejer esa tela corazonada de recuerdos.
Encontré, por la naturaleza de mi trabajo periodístico, datos concretos del príncipe Juba de Numidia, un enciclopedista de antes de la invención de la Enciclopedia, que fue quien bautizó, por cierto, a las Islas Canarias en el curso de una expedición en la que en una de ellas fue recibido por perros cimarrones, perros salvajes que hicieron exclamar al viajero algo así como “Estas islas son Canarias”. Supe que la obra enciclopédica de Juba, muy al gusto del helenismo romano como las Noches Áticas de Aulo Gelio, plenas de noticias interesantes y reflexiones pintorescas, se había perdido. Supe que había sido rey de un estado vasallo de Roma y que se había casado con Cleopatra Selene.
Hace diez años yo no pensaba escribir para jóvenes lectores. Así que emprendí una novela sobre Selene en un tono que pensándolo bien no era el que le convenía. Ese esbozo lo perdí junto con la memoria de una computadora y no volví al proyecto sino hasta 2005, ya perfectamente decidida a escribir literatura juvenil. Entonces escuché su voz, clara y fresca, dictándome las palabras, las oraciones, los recuerdos.
Escribía de noche y me iba a la cama arrullada por esa lengua que a ratos era griego y a ratos latín y que se hacía un murmullo soñador pleno de sentidos. Entrando al mundo del sueño tuve dos intuiciones que me parecen fundamentales en la construcción de la novela: Serían cartas, cartas que Selene escribiría a su ciudad perdida, para como ella dice, volverla a hacer desde la entraña misma del sueño. Y tendría cinco capítulos de 20 hojas cada uno que llevarían por títulos las letras de mi amado alfabeto griego. (En griego las letras sirven de números). Cuando en el transcurso de la escritura al paralelo con la investigación, que es como a mí me acomoda escribir me enteré que según Plutarco los barrios en Alejandría eran designados con las letras del alfabeto griego, tuve una experiencia de conocimiento tremenda. Hay diversos tipos de conocimiento, en el conocimiento estético se da por connaturalidad afectiva, hay un intercambio de naturalezas y eso es lo que sucedió: la novela tiene una estructura que puede compararse a la estructura de la antigua ciudad, por lo tanto la novela es o aspira a ser, de alguna manera, la perdida Alejandría.
Porque esa Alejandría ha estado perdida muchos años. Viva en los textos, en las palabras y en los jirones de palabras, en el recuento de las siete maravillas... pero perdida.
Perdida, sumergida, asulagada en el Mediterráneo, donde un sismo o una serie de sismos sumergieron el palacio de Cleopatra, las calles y el faro, esa maravilla. La moderna arqueología subacuática y el empeño entusiasta de Franck Goddio han sacado en los últimos años piezas que te golpean con la belleza de los sueños perdidos y encontrados: esfinges, columnas, fragmentos de piso. Una efigie de Serapis, el dios alejandrino por excelencia, fue hallada de esta manera.
En el fragmento final de “Querida Alejandría”, Selene tiene la visión del rostro de Serapis bajo el agua “con los serenos ojos abiertos”. También dice ver “una lágrima en los ojos de Serapis”.... pero es que en realidad Alejandría y sus deidades y esperanzas y su ideal de humanidad están envueltas por el sudario de una lágrima. Porque como dijo Virgilio “hay lágrimas de las cosas” y las cosas lloran, por nosotros y en nosotros.
Al pensar en Cleopatra Selene como una niña que vio pasar la historia a través del puerto de Alejandría y que, viajera ella misma, se convirtió en parte de la urdimbre del nuevo mundo que Roma tejía, pensé también que sería más que interesante, entrañable, que los jóvenes lectores del siglo 21 supieran de ella y de su mundo perdido a través de sus propias palabras.
Que jóvenes que se debaten y agonizan por encarnar los cuestionables modelos que impone la cultura consumista y superficial se enteraran de sus intentos por dar sentido a la desgracia, de su increíble amor por la belleza y de su natural talante compasivo.
Cleopatra Selene, la joven que recuerda, sabe que la única manera de curar tanto dolor será a través de la memoria, de esa memoria compasiva y compadecida y que sólo en los recuerdos narrados a un interlocutor de privilegio, Alejandría, ese dolor tendrá sentido y la sangre derramada y la traición y la muerte dejarán paso a la Vida, a la Belleza y a la Lealtad... y que ese será su mundo, porque es el mundo que ella escoge... y al escogerlo, lo trae a la vida.
Mi otro empeño es el de tratar con todas las fuerzas de las que pueda disponer de salvar del Olvido la Memoria. Memoria, Mnemosine, era una divinidad en el mundo antiguo. La madre de las Musas. Memoria que es cultura, belleza, avance del espíritu humano en el entendimiento del mismo espíritu humano. Mitos, historias, leyendas, Historia, hechos, sueños que se han inspirado unos a otros, hablo en concreto de los héroes homéricos inspiradores de Alejandro Magno. Alejandro inspirador de César, César inspirador de Napoleón y de Bolívar. Bolívar que en muchos aspectos vivió la vida de Julio César y quizá lo fue...
Grandes hombres cuyas vidas fueron convertidas en la sucesión de valientes metáforas que por muchos años constituyeron la educación, la paideia, el ambiente espiritual al que se podía aspirar, con el que se podía soñar y no con esta dialéctica del desencanto que venimos arrastrando desde hace unas dos generaciones, que trata de consolarse con la parodia, la excesiva llaneza o la superficialidad en las obras que con muy buenas intenciones y muchas veces con recursos del Estado se dirigen a los niños y jóvenes.
Ahora quisiera hablar de las lenguas de Cleopatra Selene. El griego y el latín, los idiomas del helenismo. Para esto, una reflexión acerca del destino histórico de un idioma determinado. Un sensible poeta, Paul Celan, que vive los dolorosos días del holocausto, percibe que en muchos lugares la lengua alemana era asesinada porque la hacían hablar de tal o cual modo en la terrible dialéctica de la destrucción y de la muerte. Hablando de esto, Jacques Derrida dijo que el nazismo había sido un crimen contra la lengua alemana. El poeta sería el único que podría resucitarla, pero para resucitarla tuvo que estar muy cerca de su cadáver para, en el milagro poético, convertirla de nuevo en lengua de vida.
El español, nuestro español, no ha dejado de ser una lengua de vida. Como el piadoso Eneas no ha dejado de portar en su estructura a su padre y a su madre- el griego y el latín, las lenguas de Cleopatra Selene- Las frases latinas que aparecen en “Querida Alejandría” se funden de tal manera con las españolas que las enmarcan que podría decir que en esta lengua que hablamos y en la que escribí o soñé esta novela viven y respiran César y Antonio, Horacio y Virgilio, Cleopatra y sus hijos. Al recordar, al escribir, Selene sabe que está, como el poeta del holocausto, muy cercana a la posibilidad de la muerte de su lengua, de sus lenguas, que significaría la muerte del espíritu de su cultura –nuestra cultura- y con sencillez y con asombro, como dice ella... las hace renacer.
Porque esta lengua que hablamos está llena de espíritu –está llena de dioses y está llena de héroes.
Los antiguos creían que el espíritu del héroe enterrado en su monumento seguía protegiendo a la ciudad –de ahí la importancia del sepulcro de Alejandro Magno, hasta ahora no encontrado- y el profundo significado de los textos literarios que pretenden curar, cuidar, salvar ese espíritu.
Otro profundo significado que espero guarde esta novela para sus lectores es el de la Biblioteca. La Biblioteca de Alejandría no era un depósito de papiros sino un símbolo de belleza sobrecogedora. Esto lo ha dicho Borges en ese poema hermoso en el que habla de la destrucción de la Biblioteca por el fuego... En el año primero de la Héjira, Omar que subyugó a los persas y que impone el Islam sobre la Tierra, ordena a sus soldados que destruyan por el fuego la larga Biblioteca que no perecerá... no importa que se destruya, “las vigilias humanas engendraron los infinitos libros. Si de todos /no quedara uno solo, volverían a engendrar cada hoja y cada línea, cada trabajo y cada amor de Hércules, cada lección de cada manuscrito”. Volver a engendrar... renacer... Nacemos una sola vez, pero podemos renacer muchas veces. Y si en el nacimiento hay algo de fatal, en el renacimiento, en los renacimientos, hay mucho de libertad. Escogemos renacer, como Cleopatra Selene, que al recordar, escoge amar y construir y no odiar y destruir...
Podría estar hablando mil noches y una... pero tal vez lo que más quiero resaltar en esta oportunidad inolvidable que me brindan ustedes, es el proceso de edición y publicación de “Querida Alejandría”. Con Cristina Puerta, María Cristina Rincón en Colombia y Lorenza Estandía en México tuve la oportunidad de vivir la maravillosa experiencia de sacar a la luz un libro. Un libro. No unas hojas con pasta y pegamento, sino un libro. Esa entidad salida de la psique que es como el genio en la botella: sólo sale para quien sabe abrirlo. Y quien sabe abrirlo –escribirlo o leerlo, es igual- sueña y respira hondo porque encuentra la juventud de las imágenes del mundo.
Con Cristina, María Cristina y Lorenza viví meses de maravilla en la que este libro se hizo hermoso gracias a ellas. Lo soñamos y lo respiramos hondo en un vaivén que parecía un cante de ida y vuelta y que dio como resultado lo que no han podido hacer los arqueólogos con la tecnología del siglo 21, traer al presente, trémula de vida, como recién salida de las manos del sueño, a “nuestra” Querida Alejandría.