Moneda con la efigie de Cleopatra Selene
Entrevista en Cuatrogatos
Fragmento
Querida Alejandría viene de mi más remota infancia, de mi amor por las antiguas civilizaciones, por el mundo griego y romano principalmente, pero también de mi fascinación por Egipto. Uno de mis grandes héroes, a la altura de un Newton y un Einstein, es Champollion, el francés que descifró la piedra de Rosetta y que restituyó la llave para comprender las antiguas inscripciones jeroglíficas, masacradas por los cristianos, por quienes no tengo simpatía. Por eso fue tan “fácil” para mí escribir la novela, tan deleitoso, como si una voz me la dictara.
Un momento que siempre rescato es la lectura de la biografía de Cleopatra VII por Emil Ludwig. Sin darle importancia el biógrafo, el excelente biógrafo, menciona a Cleopatra Selene, la pequeña hija de la gran reina. Fue para mí como una descarga eléctrica, como si desde las páginas de ese libro la niña se parara de puntillas para hacer oír su voz, para hacerse escuchar por alguien que pasara por ahí. Quien pasó fui yo.
Pensé escribir una novela de cien páginas, dividida en cinco capítulos de veinte páginas cada uno. Al pretender dar título a los capítulos pensé que sería rebuscado, tratándose de cartas, me remití al personaje, Cleopatra Selene, y pensé que ella hubiera puesto números. En griego antiguo los números se expresan mediante las letras del alfabeto: alfa, beta, gamma, delta, épsilon. Posteriormente encontré el dato de que los barrios en la antigua Alejandría se distinguían con las letras del alfabeto griego. ¡Y que eran cinco! Así comprendí que sin quererlo conscientemente había construido una novela que era el arquetipo de la ciudad anhelada por el personaje a través de mí, y que Alejandría era una de las formas de mi nostalgia. Proveniente del mundo griego existía un juego con los cinco barrios y sus vocales: Alexandros Basileus Genos Dios Ektisen… polin aeimneton (Alejandro, hijo de Zeus construyó… una ciudad inimitable). ¿Podremos, alguna vez, imitar a Alejandría? ¿Hacerla renacer, arrancarla de las aguas del sueño?
Alejandría es, como la Memoria, otro ente fascinante del Universo. Actualmente forma parte del mundo árabe, tan diferente del complejo de civilizaciones europeas, africanas y asiáticas que en su momento la fundaron. No existía el Islam cuando nació Alejandría. No existía el cristianismo. Existía una individualidad fulgurante, la de Alejandro Magno, hijo de Filipo y alumno de Aristóteles, amante de Hefestión, esposo de Roxana y amigo de Tolomeo, con su enorme sueño de llevar el espíritu helénico al Asia multiforme, de fundir ambos mundos.
Un sueño. Alejandría es un sueño, por eso nos fascina, porque nos elude como una sirena, porque la Alejandría de Cleopatra y César, de Cleopatra y Antonio, se encuentra sumergida en su bahía, asulagada (término gallego para designar a los pueblos sumergidos) en su Mediterráneo. Yo hago votos porque no encuentren, como vienen anunciando, el sepulcro de Cleopatra y Antonio. ¿Por qué convertir en esqueletos y en sujeto de laboratorio y análisis la libertad individual de adueñarse de la propia muerte? ¿Por qué destruir algo tan hermoso y convertir en trofeos los restos de quienes murieron precisamente para no ser exhibidos como trofeos...?