Dice H. Jeanmaire en "El Mesianismo de Virgilio" -ensayo de 1930, del que tuve primera noticia en un email que me envió Francesco Carotta y que me sedujo- que si hay una obra misteriosa entre la poesía que nos ha legado la antigüedad es la IV égloga de Virgilio.
El autor francés desmenuza el tópico del poeta-profeta, remonta las alusiones a una videncia que precogniza el cristianismo y describe el ambiente religioso del año 41 a. C. Soplan vientos desde el Oriente y el triunviro Antonio vive su hora alta en brazos de Cleopatra. Todavía está lejos la derrota de Actium y a la especie de pareja divina, a los nuevos Osiris e Isis, Baco y Venus les nacerá un hijo.
Pero nacen dos. Unos gemelos a los que se les imponen nombres estelares: Helios y Selene. ¿Comenzará un nuevo tiempo? ¿Se renovarán los días? Los días arrasan las ilusiones y las profecías y de augurios y videncias, de la esperanza sobre el niño divino solamente queda un monumento circular, la llamada Tumba de la Cristiana, donde un príncipe vasallo de Roma hizo enterrar a su esposa, Cleopatra Selene, para después ser ahí inhumado, aunque nunca lo sabremos con certeza.
Cleopatra Selene. Imagen: www.tesorillo.com
En el ensayo de Jeanmaire, Cleopatra Selene pasa envuelta en un soplo de melancolía:
"Los poetas, cuando toman el manto del profeta, no son siempre adivinos. El destino de los hijos del milagro es a menudo languidecer en las tristezas del exilio. Virgilio no profetizó al Cristo. La pretendida cristiana murió, el año 5 de nuestra era, sin saber nada del cristianismo. La hija de Cleopatra, la hija de Diónisos y Afrodita, en la posteridad de quienes los dioses debían renovar su alianza con la humanidad sobre una tierra rejuvenecida y entregada a las delicias de la Edad de oro, no conoció otro destino que el de ser durante algún tiempo la consorte de un príncipe menor, cuyo reino fue sin gloria y sin independencia, de un apacible soberano preocupado solamente por la manía inofensiva de la erudición".
Juba II. Imagen: www.tesorillo.com
Cleopatra Selene
Niña de letras en una biografía dedicada a Cleopatra Séptima, parada de puntillas en el gran balcón de la Historia, me habló. Me contó de sus hermanos, Alejandro Helios y Tolomeo Filadelfo, de Cesarión y de Juba, de una Alejandría que se diluyó en la distancia y de una Roma que nació ante sus ojos.
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